16 de junio de 2009

Camino del Caoba


PRIMERA PARTE / CAPITULO I

(Continuación 2)
Sentado ya a la mesa, mientras daba el primer bocado a sus alimentos, don Fernando le dijo a Chris:
—Tu hermano se quedó en el campamento, había que quedarse y estar desde la madrugada de mañana en la faena. ¿Sabes? Hoy nos topamos con un jaguar. Era enorme, si hubiese llevado mi carabina no se nos hubiese escapado, fue un día ajetreado por poco y me aplasta una rama de cedro y cuando ya cuando nos disponíamos a venir se nos extravío uno de los hombres.
Respiró hondo y continuó platicando a su hija los pormenores de la jornada: “Estoy rendido, sólo quisiera estar tirado en la cama”.
Chris se levantó, lo abrazó por la espalda y le dijo:
—Esos trabajos son muy pesados, papá. Tú ya no eres tan jovencito.
El hombre fingió enojo y se volvió hacía su hija diciéndole:
—Cuarenta y dos años no es de un hombre viejo, hija. Si vieras que me siento como un roble.
Doña Justina se enderezó en ese momento:
—Fernando, no te oí llegar, estaba adormitada…
—No te preocupes, ya Chris me dio de comer y en este momento me disponía a ir a la cama.
—Vamos, Fernando. Ya le colgué el mosquitero a la cama.
Don Fernando se levantó y abrazó a su esposa que lo esperaba más dormida que despierta.
—Buenas noches, hija, —le dijo a Chris y fue a su cuarto. Juana le esperaba sentada en el borde de la cama.
En cuanto Chris se fue al muellecito ella se fue a su cuarto, las muchachas hicieron sus oraciones y se metieron entre las sábanas. Chris no conciliaba el sueño y veía la claridad de la luna filtrarse por los diminutos huecos que tenía la pared de madera. Se preguntaba si toda la vida tendría que pasar en este lugar tan aislado del mundo, un lugar donde sólo había doce casitas y la gente se dedicaba a la pesca y otros a la tala de la madera, como su padre.
Un lugar en donde toda la gente se acostaba a las siete de la noche y se levantaba al alba donde el silencio sólo era roto por el ruido de los animales silvestres y por el vapor que pasaba en el río en la mañana y en la tarde. Un lugar en donde sólo se rompía la monotonía con la celebración del año nuevo cuando las doce familias se reunían a cenar pavo frito y queso que se traía del extranjero acompañado de un vino generoso, pero esto era sólo una vez al año y Chris lo esperaba impaciente porque era la única fecha que se acostaba tarde y había oportunidad de platicar con sus amigas.
Las muchachas tenían prohibido sostener amistad y confianza con los chicos de las casas vecinas y su padre se mantenía firme en esta disposición decía que sus hijas se casarían con un joven si no rico al menos culto; y la educación en estos lugares estaba muy escasa. A pesar de esto Juana se las ingeniaba y sostenía una amistad con Facundo Pérez, un chico de trece años moreno y de padres casi indígenas. Chris, en cambio, no desobedecía a sus padres, había jóvenes de su edad pero ella sabía que no había nada interesante que platicar y prefería caminar por la orilla del río o charlar con su papá, que era su adoración.
Cris era una chica tranquila pero también deseaba conocer otros lugares, ya que el único pueblo que conocía era San Marcos, una aldea de veinte casas de cañitas. Su papá le contaba de Comalcalco y le decía que era un pueblito de quinientos habitantes y muy superior a Chiltepec. Chiltepec era un pueblo de colonos, más grande que San Marcos. Allí llegaban los hombres de diferentes nacionalidades y de vez en cuando su padre iba a ese lugar para hacer algunas diligencias.
Allí había conocido a Raymundo, un joven de Holanda que trabajaba en un barco maderero. Lo había visto unas dos veces en Chiltepec y el chico le había gustado. La última vez que lo vio fue hacía unos dos meses y si en los días siguientes no lo veía era porque viajaba en el barco maderero hacía el viejo continente. Chris soportaba esta monotonía también escribiendo y ensayaba con cuentos para niños. Su padre la alentaba en esta tarea. La idea había surgido desde un día que don Fernando les llevó unos cuentos de Perrault y cuando Chris los leyó pensó que ella también podía escribir como Perrault. (Continuará)

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