16 de junio de 2009

De la crítica, su relación con la ética y la sociedad


por Jorge Romero*
MÉXICO, D.F.- De lo que haya dicho mal o bien Nery Castillo habrá quienes abunden, con fundamentos o sin ellos, pero… ¿dónde quedan nuestros juicios?
No pretendo hacer escarnio de quienes se dedican a la noble, pero maltrecha profesión del periodismo. Si así lo hiciese, sería mi propio verdugo.
Ni siquiera trato de sentenciar a mis compañeros de oficio pues, más que la evaluación del significado, es preponderante (y urgente) hacer una evaluación del significante dentro del contexto periodístico universal.
Me dedico, desde 1992, a la promoción, interpretación y crítica de las actividades deportivas de nuestro país y el mundo. Tuve la oportunidad de iniciarme en los medios gracias a la inquietud que, como joven, me provocó inmiscuirme en asuntos que casi parecen prohibidos para el ciudadano medio:
Tener contacto con los actuantes de la historia, seguirlos de cerca y, por qué no, ser amigo de algunos de ellos. Superfluo sueño, sí, pero el ego también necesita de alimentos.
Mentiría si dijera que desde aquellos tiempos, en inicios de los 90, presté atención a la responsabilidad que de ello emana. Todo cambió cuando pasé por la universidad y algún profesor me presentó formalmente a “doña Ética Moral”, una viejecita seria y sobria, de ilustre apellido y reputación impecable, que sigue solterona porque pocos le echan una flor y en cambio la maltratan.
Entonces me di cuenta que cuando veinte o más palabras son utilizadas sin el mínimo sentido de conciencia sobre sus consecuencias, pueden ser tan mortíferas como una cuchillada o una ráfaga de balas.
Así pues, cuando eso ocurre, el grado de negligencia periodística podría ser equiparable, inclusive, a la de los doctores que medican a sus pacientes sin estar seguros sobre cuáles serán los efectos de las sustancias administradas.
Por eso, quienes escribimos y/o hablamos con el derecho propio que nos brinda nuestra profesión —o nuestra Constitución, para los más recalcitrantes demócratas— corremos el grave riesgo de convertirnos en ‘asesinos’ de la información. Es precisamente eso lo preocupante.
La crítica periodística deportiva de hoy —tal vez de siempre, aunque claro que hay excepciones— es, lamentable y peligrosamente, copartícipe de convulsiones sociales, derivadas de sucesos de interés general para una comunidad involucrada de forma directa e indirecta, si no se usa con responsabilidad. Pero es que todo comienza con la errónea concepción de la palabra.
Entendemos como crítica a la mutación abominable de nuestro derecho de expresión, sin fijarnos siquiera cuán dañinas pueden ser nuestras palabras para quienes están inmersos en los hechos. Y deberíamos entenderla como el conjunto de los juicios públicos razonados, medidos, sin calificativos, con el conocimiento exacto de sus resultantes.
Sin embargo, el problema es que los periodistas deportivos de la actualidad creemos que la especulación es el fundamento del análisis, y nos olvidamos de la consignación del suceso tal cual, no obstante que para razonar cualquier acontecimiento ésta es imprescindible.
Por eso, en vez de utilizar al raciocinio como herramienta única y principal, emitimos sentimientos, subjetivos mensajes de nuestro espíritu tan temerario como intrépido que, tristemente, dan consuelo cual comida chatarra (pues no nutren) a la necesidad de respuesta de la gente, no a los elementos de juicio que deberíamos brindarles.
En la vida deportiva, como en la vida política de nuestro país, los periodistas —no todos, desde luego— nos erigimos como falsos paradigmas y redentores de la verdad, cuando en realidad sólo somos ciudadanos con el valioso privilegio de tener más cerca formas y fondos, pero con el serio compromiso no sólo de decir nuestra verdad, sino de indicarla de forma correcta, respetuosa, pues no debemos olvidar que las premisas de un medio de comunicación son informar, servir, entretener… y educar.
Como cualquier periodista, quienes nos dedicamos al periodismo deportivo creemos contar con una ‘licencia’ para adular o culpar. Queremos ser más protagonistas que el actuante de la historia. Desde luego, con el solo hecho de calificar como bueno o malo un suceso, o una declaración, sin esclarecer contextos, posibles causas y responsables, no ayudamos a entender lo que sucede, sino en cambio desconcertamos, provocamos falsa certidumbre en donde hay vacíos de información; y todavía reprimimos y censuramos… porque siempre será más fácil adjetivar que proponer.
Nuestra crítica —así como las que en su mayoría se emiten hoy— contribuye poco o nada a que la gente comprenda lo que ocurre con nuestra selección de futbol, con nuestros dirigentes deportivos o con nuestros atletas olímpicos, por citar algunos y, a su vez, creamos un universo paralelo al que realmente vivimos, sea para exagerar triunfos o dramatizar derrotas.
Pocas veces le damos el real valor a los hechos; por ello, ante la falta de una consignación directa y objetiva de éstos, en la que forzosamente se debería de apoyar toda argumentación, nos limitamos a ofrecer una sentencia, por añadidura casi siempre terminante y, como una ley, tendemos a considerarnos casi inmaculados y totalitarios:
“La Selección está llena de mediocres”… “Zutano es un directivo corrupto porque no hay buenos resultados”… “Los naturalizados son falsos mexicanos”… “Nery Castillo enloqueció”… “Sólo yo tengo la verdad”...
Pasa frecuentemente que si algún periodista califica a un personaje como deshonesto o intachable, es casi seguro que así lo verá la sociedad.
No nos importan cuáles serán los efectos públicos de nuestra crítica, o si con ella contribuimos al desmoronamiento de personas y valores —pues manipular información produce alienación de la sociedad— si nos ganamos el apelativo de analistas sabios, independientes, severos e intolerantes. Como muchos se dicen.
Ejemplos hay muchos: Cuando Ricardo La Volpe dirigió la Selección Mexicana fue vituperado por su falta de tacto para tratar con el periodismo; el análisis de sus resultados pasó a segundo término. Casi por inercia surgió la figura de Hugo Sánchez, quien aseguraba tener la fórmula para que nuestro futbol diera el salto de calidad que a través de dos décadas hemos esperado.
¿Qué pasó, entonces? Hugo Sánchez fue tratado igual o peor por los medios de comunicación y sujetado a un linchamiento público que desacreditó, al menos durante ese momento, todos y cada uno de sus logros. Al final, todos sabemos la resultante de los denuestos a los que fue sometido.
Es así porque, casi como producción en serie, a las críticas sólo les cambiamos colores, sabores y actuantes.
Hasta hace algunas semanas, el más grande objeto del escarnio de la ‘crítica’ deportiva se llamaba Sven-Göran Eriksson, pero a Nery Castillo se le ocurrió abrir la boca y expresar su sentir, equivocado o no. Ahora, las críticas se centran en Javier Aguirre, loado ayer y descalificado ahora.
En medio de tanta violencia que priva en nuestro país, para muchos periodistas todo tipo de calificativos y adjetivaciones no son más que palabras críticas en contra de quienes se atreven a cuestionarlos, aunque éstas sean utilizadas irresponsablemente, como una ráfaga de balas.
* El articulista es un joven comunicador tabasqueño que hace algunos ayeres emigró a la capital del país para ejercer el periodismo deportivo. Actualmente ocupa el cargo de Subdirector de Edición y encargado del Despacho de la Dirección del diario Esto!

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