21 de diciembre de 2008

Manuel Andrade Díaz: Carta oculta del priismo tabasqueño


Ante un partido dividido y con pocas expectativas electorales, el polémico ex gobernador surge como una opción viable para recuperar los espacios perdidos ante el avance de la oposición



Vilipendiado sistemáticamente por sus adversarios, cuestionado de manera subjetiva por una clase política resentida que fue marginada durante su quinquenio y satanizado eventualmente por un pueblo olvidadizo y poco analítico, Manuel Andrade Díaz representa hoy una efectiva vía de escape a la presión generada por una sociedad agraviada ante los problemas que le aquejan y un priismo incapaz de frenar el empuje de la oposición.
Hace justamente dos años los tabasqueños aprobaron la gestión del gobernador saliente, al respaldar mayoritariamente al candidato de su partido, Andrés Rafael Granier Melo. Sin embargo, desde el primer día de la presente administración un grupo privilegiado de la élite dominante, en su afán de congraciarse con el nuevo jefe político, comenzó a degradar la imagen del polémico ex mandatario, en un ya tradicional ejercicio de culpar a los antecesores de todos los males que aquejan a la entidad.
Si bien es cierto que el gobierno de Manuel Andrade Díaz no fue del todo prístino, específicamente por la actuación cuestionable de algunos de sus colaboradores, es también irrefutable que se le han endilgado culpas ajenas y algunos hasta aventuran a imputarle responsabilidades por las catástrofes naturales, en un acto irracional por borrar de la memoria colectiva las acciones positivas que habría realizado durante los cinco años en que gobernó a los tabasqueños.
De Manuel Andrade Díaz se pueden decir muchas cosas, pero no que sea un tonto e incompetente. Por el contrario, su relativa juventud contrasta con el bagaje político que arrastra desde sus años mozos en que cautivaba a las masas con su oratoria y asumía sin reservas su liderazgo en las filiales juveniles del Partido Revolucionario Institucional.
Poseedor de una sagacidad inusual, un talento nato para expresar claramente sus ideas y una capacidad impresionante para superar obstáculos, este personaje tiene de sobra lo que tanto les falta a los actuales líderes priistas: visión política.
Contra la adversidad

En las postrimerías del sexenio madracista, las apuestas por la sucesión se circunscribían a dos nombres: Arturo Núñez Jiménez y Humberto Mayans Canabal. Nadie apostaba por el entonces diputado local y presidente del Comité Directivo Estatal del PRI, Manuel Andrade Díaz. Pero aprovechando la coyuntura que generó la animadversión entre Roberto Madrazo Pintado y sus dos posibles sucesores, el carismático y avezado legislador surgió como un tercero en discordia y logró imponer su candidatura contra viento y marea.
Ante un priismo acostumbrado a la cargada y sometido a la voluntad de Roberto Madrazo, se vislumbraba una campaña proselitista tersa para Andrade. No obstante, la creciente figura de Raúl Ojeda Zubieta entre las huestes del PRD y los enconos que generó el gobernador saliente provocaron una escisión al interior del PRI; peor aún: el abanderado priista fue traicionado por líderes que, recelosos de su juventud y aparente inexperiencia, apostaron soterradamente por la candidatura del perredista.
Aunque el discípulo madracista se impuso en la elección constitucional del año 2000 con un estrecho margen sobre el contendiente del PRD, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación anuló ese proceso, obligando al gobernador interino, Enrique Priego Oropeza, a convocar a nuevos comicios. La caída del régimen priista estaba cantada.
Humillado, con el estigma de la derrota a cuestas y con el sello del madracismo en la frente, Manuel Andrade se atrincheró en la dirigencia de su partido y comenzó a construir su nueva candidatura, esta vez con todos los pronósticos en contra. Fue allí cuando demostró realmente su habilidad para caminar cuesta arriba, y sorprendió a propios y extraños al conquistar nuevamente al electorado con una campaña austera y de bajo perfil, cuando todo mundo anticipaba su fracaso.
A partir de este triunfo electoral, como es obvio suponer, los vividores de la política que se fueron con la finta quedaron relegados del pastel gubernamental, y condenados al ostracismo durante los cinco años de gestión andradista. Estos son los inquisidores que hoy queman con leña verde al ex mandatario, sin percibir el capital político que éste representa.

Trayectoria política

El trabajo partidista de Manuel Andrade Díaz no deja lugar a objeciones: inició su carrera política como secretario general del Movimiento Nacional de la Juventud Revolucionaria del municipio de Centro y posteriormente fue presidente estatal del Frente Juvenil Revolucionario (1989-1992).
A temprana edad desempeñó diversos cargos en la dirigencia municipal del PRI y de ahí saltó al Comité Directivo Estatal de ese partido, donde realizó una labor sobresaliente que le valió un ascenso vertiginoso en su carrera, hasta ocupar la Secretaría de Acción Electoral del CDE priista en 1994, desde donde ayudó a construir la estrategia de campaña del candidato al gobierno de Tabasco, Roberto Madrazo Pintado.
En 1996 asumió la dirigencia estatal del PRI, cargo que ostentó hasta 1998 para volverlo a ejercer en 2001, luego de la anulación de los comicios estatales en que ganó por primera vez la gubernatura de Tabasco.
En la administración pública, Manuel Andrade Díaz ha recorrido diversas áreas de las Secretarías de Gobierno y de Educación en el estado. Asimismo, fue diputado local en las Legislaturas LIV y LVI, asumiendo en esta última la Presidencia de la Gran Comisión.
Y finalmente, ocupó la titularidad del Poder Ejecutivo de 2001 a 2006, convirtiéndose en el segundo gobernador más joven de Tabasco en la época post-revolucionaria, sólo superado por el legendario Tomás Garrido Canabal.

Conquistas electorales

Manuel Andrade Díaz es, sin lugar a dudas, un ganador en la lucha electoral. Sus triunfos así lo demuestran: durante su gestión como líder priista en el estado, recuperó las cuatro presidencias municipales que el PRD les había arrebatado en las elecciones locales de 1994.
Asimismo, en los procesos electorales de 1997, el PRI se llevó el carro completo al ganar las cinco diputaciones federales, las 17 alcaldías y todas las diputaciones locales. Tres años antes tuvo una destacada injerencia en el triunfo de Roberto Madrazo como gobernador.
Y queda como colofón su mayor logro político: ha sido el único candidato del PRI en ganar dos veces unas elecciones para gobernador de manera consecutiva; la primera de ellas en 2000, cuyo proceso fue anulado por el TEPJF, y la segunda en 2001, cuando dejó en claro el alcance de su popularidad.
En términos generales, este es el bagaje que trae consigo Manuel Andrade Díaz, un joven político que ha sabido construir su propio camino y que suele crecerse ante la adversidad, pero cuyo trabajo ha sido minimizado y hasta ridiculizado despiadadamente por los oportunistas y agoreros del desastre.
No resulta aventurado, pues, colocar en la palestra el nombre del ex gobernador como una opción viable para recuperar los espacios que el perredismo le arrebató hace dos años a un priismo timorato y desgarrado, incapaz de reagrupar a su militancia y que hasta la fecha no ha podido reemplazar a la vieja guardia con una generación de jóvenes políticos inteligentes y audaces.

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