7 de noviembre de 2008

Camino del caoba


Por Manuel A. Wilson V.

Capítulo I – Tercera Parte

No sin pocos esfuerzos, el joven se incorporó con la ayuda de Chris, y apoyado en el hombro de ella emprendió el camino a casa. Don Fernando le advertía a Chris que no le asuntara a los desconocidos, pero este joven necesitaba ayuda y además había algo que a la chica le agradaba, tal vez en su rostro ella no sabía pero el joven era de fiar y además bien parecido y de vez en vez la miraba de soslayo.
—¿Le duele mucho? Si quiere caminamos más despacio.
—No. No te preocupes, me duele pero gracias a ti puedo soportar el ritmo. No te preocupes muchacha. ¿Sabes? Eres muy linda y tu bondad estimula más tu belleza.
Chris no contestó, sintió un calor agradable y el rubor cubrió sus mejillas, le había dicho que era bonita y eso le gustaba porque aparte de su papá nadie le había dicho que era hermosa… La voz de Eduardo la volvió de su ensoñación:
—Te has quedado callada.
—Es que pensaba en su mala fortuna. Viene usted a ver a su padre y no está.
—No te preocupes, así pasa. ¿Cuál es tu casa?, veo varias en la orilla del río.
—Esa, la de pared de madera y techo de teja de barro. —Entonces ya llegamos.
Doña Justina frunció el seño cuando vio al muchacho penetrar en la vivienda apoyado de su hija. “Ella es mi mamá, Eduardo… Mamá, él necesita atención, se torció un tobillo.
—Por favor señora, lamento mucho causar molestias.
—Pasa joven, pasa. Mi hija ha aprendido lo que su padre le recomienda. Cerca de aquí hay un señor que sabe de esto de curar huesos, por lo pronto siéntese, mi hija le traerá algo de tomar, sin duda no ha probado nada.
Eduardo agachó la cabeza y contestó apenado: “Es mucho lo que hacen por mí, algún día se los voy a pagar”.
Doña Justina se metió al cuarto y de la cómoda extrajo unos trapos viejos y el ungüento. Mientras Chris fue a la cocina y preparó algo de comer al muchacho, Juana le reprochó junto al fogón: “Tú sí que eres desprevenida, no sabes ni quién es ese muchacho ni sé en qué líos ande”. Chris le aclaró algo molesta: “Él ya explicó qué anda haciendo por acá, además se ve que es un buen chico”.
La desconfianza de Juana era justificada, ya que entre los madereros extranjeros venían bandoleros y gente de la peor rama. El año pasado un portugués había violado a una joven de Chiltepec y había huido hacia Comalcalco. No se supo más de él, la muchacha tenía un mes de haber dado a luz a consecuencia del ultraje. Desde entonces, Juana detestaba a los extranjeros aunque este joven no era tal.
Chris había salido a caminar por el río, su padre estaba por llegar y ella lo estaba esperando. Le hubiera gustado que Eduardo reconociera la ribera junto a ella, pero el chico apenas podía caminar. El huesero había dicho que en una semana podría asentar bien el pie y el curandero no había cobrado nada porque pensó que el muchacho era familia de los Bodrio. La muchacha pensó que el hecho de no haberle cobrado era por los muchos favores que el hombre debía a su padre. Todos los habitantes del pequeño caserío debían favores a su padre.
En verdad, su padre era un hombre caritativo y siempre lo demostraba. Estaba segura de que le iba agradar el saber que ella había ayudado al muchacho. Él siempre dice que a Dios siempre hay que pedirle oportunidad para ayudar a nuestros semejantes, pero ¿ella lo había ayudado por bondad o porque vio al joven que era atractivo y varonil? ¿Acaso habría ayudado a un bandolero? En verdad era difícil seguir los mandamientos.
Su madre, en cambio, era diferente a su padre. Era más inflexible y desconfiada, pero se había ajustado al carácter de su marido y a sus enseñanzas por no contrariarlo y porque en verdad lo amaba.
Si Don Fernando fuese egoísta, ella hubiese encajado con él de maravilla. En el caserío la gente sabía que Doña Juanita era desprendida sólo por agradar a Don Fernando; no era de dudar que si su esposo faltara, ella volvería a ser la mujer egoísta y austera que fue de joven antes de casarse. Juana sacó mucho de Doña Justina y muy poco del carácter de Don Fernando. En primer término los hijos de ninguna manera tienen la culpa de lo que heredan de sus padres. “Ha aprendido lo que su padre le enseñó”, había dicho Doña Justina esa mañana y había quedado excluida de esa virtud que de ningún modo le pertenecía.
Chris había dado gracias a Dios porque lo heredó todo de su padre: los mismos gestos, el color, el carácter y el amor a la naturaleza que el Creador hizo.
Por eso lo amaba tanto y sufría cuando tardaba en volver, ahora que deseaba que su padre volviera temprano se le estaba concediendo porque en esos momentos ella fijó los ojos a la lejanía y vio que el vapor se acercaba con lentitud. Aún iban a dar las cinco y era una excepción que hoy viniera más temprano de lo acostumbrado en el viaje de vuelta por el río Banderas. Se acercó al muellecito y desde allí esperó el paso del vapor. Le extrañó que viniera mucha gente en cubierta, por lo regular siempre pasaba poca gente, ya que gran parte se quedaba en el monte arreglando la madera. Y lo que más le extraño fue que el vapor no se acercó al muellecito sino que se quedó en medio del río. Su padre le hacía señas que regresaría por tierra más tarde. Un poco intrigada, Chris emprendió el regreso a la casa. En todo el tiempo que su padre tenía trabajando en la compañía nunca se había pasado hasta Chiltepec a bordo del vapor. Había ocurrido en una ocasión, pero ella no lo sabía, mas tarde él le explicaría.
Su madre la alcanzó antes de llegar a la puerta y dijo: “Vi que el vapor siguió sin madera, iba tu padre a bordo?”.
—Sí, mamá. Me hizo señas que al rato viene por tierra.
—Es extraño, él nunca pasa hasta Chiltepec, ¿no te parece?
—Así es, mamá. Pero sin dudas necesitaban de sus servicios… (Continuará)

No hay comentarios: